viernes, 12 de marzo de 2010

Practiquísima

Finalmente , después de taaanto tiempo, me mudé. Sí. Y por fin estoy como Dios, bueno Dios no. Como la sociedad manda, o lo que es mejor, como yo quiero. Ya está papi, mami, no se preocupen más, no me pienso mover de este recinto al menos por 2 años…. En fin, luego de la mudanza catastrófica que hice con quince minutos de sueño, me dispuse finalmente a disfrutar de ambientar mi casa con el propósito de convertirlo en mi hogar. Y saben qué???!! Ahora no sólo tengo internet (únicamente en el balcón, gracias a un Wi Fi Michi no sé cuánto) sino que volví a tener Cable!!! Y encima en los 2 ambientes!!! Faaaaa, me siento una bacana…. Pero hete aquí la cosa, como siempre, pareciera que no todo es posible. Al menos no todo junto, o para eso, tenés que saber que te sale más caro…. Paso a contarles…

Se me rompió la heladera. Bueno, en realidad ya estaba fallando hacía tiempo. Pero viste que a veces uno tiende a mirar para otro lado, u hacer la famosa vista gorda, con tal de evitar el conflicto, pensando otra vez que quizá algún día, mágicamente solo, se va a solucionar. Bueno exactamente eso mismo esperaba yo que sucediera con mi refrigerador. Pero no. Ahora no sólo fabricaba un témpano de hielo una vez por mes, sino que cada vez que abría la puerta dibujaba una línea exacta de agua divina sobre el suelo. Yo sé que no le doy mucho uso a este aparato, pero convengamos que pasar el trapito cada vez que buscaba la coca cola no era ni es muy motivante para mi pajerosidad. Así que decidí volverme adulta y responsable por un rato, y le dije a mi mamá que llamara a un técnico, o heladero o como miércoles se los llame a éstos seres humanos que arreglan heladeras. Y así fue como un lunes a las 8 de la noche conocí a Roberto, o Juan? ……… Bue, no sé, Juaaaan/Roberto, es lo mismo.


Bueno como decía vino Rober a arreglarme la heladera, y lo anecdótico aquí, fue que una vez más, después de fácil, hora y media midiendo “la resistencia”, me encontré frente a uno de mis mayores desafíos: Mantener una conversación cuyo diálogo estuviera mayoritariamente compuesto de palabras incomprensibles, enunciadas por el emisor, (en este caso Rober, o Juan) y que no se notara que no entendiera una goma. Tarea , duríiiiiiisima, para los que me conocen. Pero con plena intención de aparentar tenerla más que clara para que “no me caguen”, mis “Ahá/Sisisi/Claaaro”, estuvieron genialmente expresados en tiempo y forma.

Para variar, inevitable fue que, mientras Rober hablara, mi mente se pusiera a divagar. Y pensaba “Yo no sé qué les pasa a esta gente, que tienen la manía de explicarte paso por paso lo que están haciendo, cuando lo único que yo quiero saber, es si se puede arreglar y cuánto me va a doler eso“. Estaba empezando a transpirar porque las palabras que comenzaban a asomar de Rober, ya hacían a la situación irremontable. Estaba bajo muchísima presión… Si sabía todo podía ser desconfiable en Roberjuan, y darse cuenta que en realidad no entendía nada. Pero por otro lado, si omitía un ahá por un vocablo que denotara duda, implicaría escuchar a Rober 2 horas más explicándome que era el termostato. Y recuerden que era lunes… no daba.

Y Además tenía una idea de cómo se manejan éstos seres humanos. Primero revisan, después te explican cuál es el problema “para que entiendas”, pero con palabras y términos que sólo ellos conocen. Por supuesto la gravedad del asunto, es terrible (y la explicación por lo tanto, también es extensa). Con ese backup, te dicen cuánto te saldría, para luego auto darse el pie de cuán afortunado sos y qué bueno que es él por hacerte la “gauchada” y cobrártelo más barato. A esa altura, ya no quería saber más nada (y el turro de Juan, digo Roberto, enchufó la heladera para que viera cómo nuevamente el témpano se volvía a fabricar). “Ok”, le digo. Esta bien arreglala. Así que amputó a mi heladera, se llevó la puerta y nos quedamos, el témpano y yo, los dos solitos, disfrutando de nuestra última noche juntos.

Y sí al otro día me trajo la puertita hermosa, y la colocó en la heladera.
Pero el temita es que la puerta así hermosa ahora es inusable. Rober dijo: “Bueno ahí está. Tuve que hacerle xcdkfnnfcgffvmfkvmfobodgj, pero ahora cierra bien. Lo que sí (y lean esto por favor), no le coloqués nada a la puerta, porque con el peso se puede romper otra vez”.

Ahá, lo que estaba roto ahora está arreglado al pedo, porque no lo puedo usar. Lo único bueno es que mi fatiga está feliz de no tener que patear la puerta cuando cierro la heladera ni tampoco pasarle el trapito al piso.

Pero es por estas cosas que reafirmo la felicidad que trae la ignorancia en ciertos asuntos, y que te siga chupando un huevo no saber de ellos. La cocina, nunca va a ser un lugar para mi, al menos para cocinar. Y en vez de putear porque no puedo usar la puerta, yo digo: "¿Para qué te vas a complicar llenando la heladera de comida si afuera podés llenarla con los números del delivery? Para qué vas a estar 3 horas cocinando un pollo cuando en 20 minutos te lo traen con fritas, calentito de la rostisería??!"

Haceme caso, hacela fácil. Y si un día te da más fiaca bajar a abrir la puerta que cocinarte, te paso mi especialidad: